Todos a lo largo de la
vida, hemos perdido seres queridos, nos ha invadido la desilusión cuando se han
roto nuestro ideales, hemos sufrido ante
la decepción de relaciones fallidas, nos
ha desesperado la situación de vernos privados del derecho a tener un puesto de
trabajo o nos hemos visto en la disyuntiva de tener que dejar nuestra tierra,
nuestro hogar y marcharnos a un destino, cuanto menos incierto. En definitiva, hemos
tenido que pasar situaciones dolorosas, que nos han hecho tambalearnos
psíquicamente, debido a la dificultad
para digerirlas, hacernos a la idea, adaptarnos y superarlas.
Cada vez que vivimos este proceso, nos enfrentamos a los sucesivos duelos, que indefectiblemente tenemos que atravesar en nuestro caminar por la vida.
Cada vez que vivimos este proceso, nos enfrentamos a los sucesivos duelos, que indefectiblemente tenemos que atravesar en nuestro caminar por la vida.
¿Pero qué es un duelo?
Es la reacción psicológica, emocional, física y social de aflicción y dolor cuando
la relación afectiva con algo o alguien importante se rompe, sin posibilidad de
continuidad. Hay autores que lo plantean enumerando diferentes etapas, yo
prefiero describirlo como un “oleaje turbulento de emociones” que van y vienen,
sin que la racionalidad tenga nada que hacer.
Teniendo a veces la sensación de “perder la cabeza”, otras sintiéndonos
atrapadas por una enorme tristeza o azotados por una gran rabia de “porque me
sucede esto a mí” enfadándonos enormemente con el mundo. También, nos podemos descubrir
negando lo que ocurre, como si de pronto nos fuéramos a despertar de un mal
sueño o dejándonos llevar por una gran culpa castigándonos de “por qué no
hicimos esto o lo otro”.
¿Cómo podemos
elaborarlo y adaptarnos a la nueva situación? El proceso de duelo se asemeja al
pasaje por un túnel, la manera de llegar al final, es transitarlo, no hay otra salida. Este camino es duro,
doloroso y confuso, pero no hay otra posibilidad para salir fortalecidos de esta experiencia y curar las heridas.
No sirve negarlo, desear huir o boicotearnos
porque no es lo adecuado y tendríamos que estar bien ¡ya! La única manera de
superar la ausencia y la añoranza de lo que fue, (pero ya no volverá a ser) es
permitirnos vivir lo que nos está ocurriendo, sin prisas, comprendiéndonos a
nosotros mismos y cuidándonos, en este periodo de convalecencia. Si no es así,
podemos acabar en un duelo patológico, bien porque a pesar del tiempo
transcurrido, se ha cronificado la situación en un continuo “mirar” lo perdido,
con una incapacidad absoluta para seguir con la vida. O, por sentirnos totalmente desbordados emocionalmente, llevando a cabo actividades evitativas
del dolor, que ponen en peligro la integridad física voluntaria o
involuntariamente. En tal caso, se recomienda buscar un terapeuta que nos
acompañe en este devenir.